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Estudio en casa, Caracas Venezuela

A veinticinco años de carrera, visitando los paisajes de la América toda, disfrutándolos en la piel, en el olfato, en la vista y el alma, guardándolos más en mi corazón que en la memoria, hoy con un poco de melancolía pero con el espíritu acerado salvaje e indómito, como siempre lo fui,  miro por esta pequeña ventana y disfruto de un aire enrarecido, de un silencio sórdido y de unas viejas ramas otoñales que se resisten a morir y se estiran hasta mí y nos hacemos uno en la simbiosis. 

 

Hoy disfruto de las olas a las que temo, esas olas tibias del caribe venezolano; del susurro del viento gélido en los picos andinos; del calor abrazador y las nubes solitarias de los llanos; del arenero en la boca y el cocuy de los médanos; de las minas de Bolívar y las historias de matanzas; de la calurosa y húmeda selva amazónica; de las catedrales de la ancestral Quito y la Casa del Hombre de Guayasamin; del museíto precolombino de San José donde el oro brilla con destellos del pasado y cuentos del Dorado; de la magnifica Catedral de Sal de la Bogotá de los Cachacos; de ese rico y diferenciado sabor en la lengua del champú y el kumis de la Cali de piel canela y sudorosa; de la García de mi infancia, esa que era la copia fiel del paraíso perdido, rebosante de peces multicolor, mandarinas que olían a indio, café, cacao y maíz…

 

Hoy a 25 años de carrera y a cuarenta y seis de vida encerrado en dieciséis paredes y con altas medidas de seguridad sigo explorando el paisaje, haciéndolo pintura, extrayéndolo de mi para vaciarlo en la tela y el papel.

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